Llevo tres días en Portugal, adonde vine pensando que quizá podría ser útil en la lucha contra el incendio que ha asolado dramáticamente el centro del país luso. No estaba demasiado convencido de mi posible utilidad, pero sí de mi disposición a colaborar, tal vez transportando algo o a alguien.
En el primer momento, cuando se inició el fuego a finales de la semana pasada, quizá sí se necesitaron apoyos puntuales. En cualquier caso mi intención era ponerme al servicio de la Cruz Roja o de Protección Civil. Con lo que me encontré es con un servicio ya, como mínimo en apariencia, bien organizado. Y en el caso de la Cruz Roja, con un personal bastante ocupado que se dedicaba a llevar a gente y cosas de aquí para allá. Su gran trasiego no daba pie a conversaciones sobre el terreno.
Pasé el día de ayer sobre el terreno, que pude recorrer a placer al no estar restringido el paso, y esto después de que el Gobierno portugués considerara el incendio oficialmente extinto a primera hora del día. Estuve conversando con algunos periodistas en Góis y comí en algún lugar cercano a Pampilhosa da Serra, en una aldea con una empresa dedicada al negocio maderero. En mi amplio desplazamiento por la zona afectada por las llamas pude apreciar las colosales dimensiones del incendio, que si bien no será ni el primero ni el último en un país acostumbrado a ellos, por desgracia será recordado como uno de los más mortíferos, al contabilizarse al menos 64 víctimas mortales. No sé si fue ayer que todavía enterraron a un bombero que se hallaba entre los siete heridos más graves, algunos de los cuales todavía siguen con un pronóstico incierto.
Llegué hasta la N-236, la que posiblemente sera recordada como «Carretera de la muerte», cerca de de Pedrógrao Grande, pero me vi obligado a desandar el camino porque un rebrote del fuego cerca de la estrecha carretera atrajo en un instante a un montón de camiones y equipos de extinción, de retén durante desde el día de ayer, y que así continúan a estas horas. Asistí a la llegada de algunos vehículos con aspecto militar, en mi ignorancia no sabría decir si de la española UME, que colabora en la extinción del incendio, o del ejército portugués, que también escuché que estaba movilizado, sin poder confirmarlo. En cualquier caso se dirigieron a mí en portugués, preguntando por el fuego cuyas columnas de fuego yo había visto momentos antes desde un altozano, lo que creo que despeja las dudas sobre lo anteriormente comentado.
El nuevo conato de incendio fue rápidamente atajado y, lo que a mí más me sorprendió, fue ver la gran cantidad de humo que se levantaba, no sólo en el momento de coger fuerza las llamas, sino también en el de su extinción. Situado a una distancia prudente, y vigilando siempre no entorpecer en modo alguno las operaciones de los profesionales, a mí empezaban a lagrimearme los ojos, y no podía menos que admirar a aquellos hombres que circulaban con sus mangueras entre densas humaredas que a veces llegaban a ocultármelos.
Como ya dije antes, desistí entonces de continuar por esa ruta, ya que me obligaba a esperar a que se autorizara el paso hacia Pedrógrao Grande, y dirigí entonces nuevamente mis pasos hacia Castanheira de Péra, en esta ocasión atravesando de parte a parte la Sierra de Lousa. Allí el alma terminó por caérseme al suelo, pues algunos rincones esporádicos que habían escapado al fuego dejaban entrever la belleza anterior del lugar. Ahora todo era una especie de solar, inclinado y de color negruzco color, el que cubría sus laderas hasta las eólicas que la dominan. Tardará posiblemente una década antes de que recupere su aspecto anterior.
Lo que lamentablemente ya no se podrá recuperar son las vidas definitivamente perdidas, entre ellas las de varios infantes, familias enteras que fueron informadas por la autoridad de que disponían de una vía segura de escape al fuego y que se metieron así en una ratonera infernal de la que ya no pudieron regresar.
Según mi informador, enviado por una potente cadena que agrupa a varios medios nacionales, el gobierno luso habría gastado hasta 358 millones de euros en establecer un sistema de comunicaciones eficaz para situaciones de incendio. Pues bien, este sistema por lo visto falló, y además los medios lusos comentan que se produjeron graves problemas de descoordinación. O al menos en los primeros momentos, y esto al margen del buen hacer de los equipos de extinción, venidos de todos los consejos vecinos y hasta de Galicia. Por lo que sé, también aportaron medios aéreos España, Francia e Italia.
Queda pues pendiente de aclaración ese asunto, el cual acabó en una enorme tragedia. Presiento que va a traer bastante cola durante un tiempo. Considero debería de ser investigado a fondo para establecer cómo pudo producirse y si se ha de exigir responsabilidades a alguien.
El otro asunto sobre el que espero que se debata es el que tiene que ver con la plantación del eucalipto, y también del pino americano, ambos dominantes en la zona junto con el roble, siendo este último menos inflamable, así como la mimosa, también especie alóctona (importada de fuera) como las dos inicialmente citadas, pero más resistente al fuego como pude apreciar. He de aclarar que existe en la zona lo que me pareció una importante industria maderera, imagino que enfocada hacia las producción de papel, y también algunas pequeñas empresas de fabricación de muebles. Pero, después del incendio, son muchos los madereros que se han quedado sin trabajo, como testimoniaban en la televisión. Y no solo ellos, porque esta zona depende en gran medida del turismo, al que se han dedicado grandes inversiones, pero que tiene su principal atracción en la magnificencia de la naturaleza del lugar. Por el momento, el camping en el que me alojé se había quedado de repente vacío. Y los turistas y excursionistas rehuirán, al menos en los primeros años tras la quema, una zona cuyos bosques han quedado muy tocados.
Son muchos los especialistas que relacionan la rápida propagación del incendio con la presencia desaforada de los árboles antes denunciados, lo que trae de nuevo al candelero la cuestión de la sostenibilidad. Una sostenibilidad ecológica que no esté reñida con lo económico y que, como en el caso de la minería, no implique pan para hoy y hambre para mañana.
Yo que resido en El Bierzo, y que llevo años anotando, y denunciando, la proliferación de las plantaciones de eucaliptos, que empobrecen los suelos y disminuyen la biodiversidad, quisiera que este artículo sirviera para sensibilizar a nuestros agricultores, y políticos, de que el aparente beneficio que su cultivo aporta a corto plazo, debido a su más rápido crecimiento, también implica una serie de riesgos que conviene tener en gran consideración.
Un ecologista en El Bierzo.